Puerto de Santa Cruz de Tenerife tras la riada del 31 de marzo de 2002 Fuente: Foro de Bomberos |
Aquella Semana Santa habíamos decidido no ir al Sur y quedarnos en Santa Cruz. Ese sábado habíamos salido de fiesta a los pubs de la avenida Anaga y a la ya desaparecida discoteca Sat (antes en el Parque Marítimo). Teníamos un gran aguante (propio de veinteañeros/as) por lo que la marcha nos duró hasta las seis de la mañana cuando cada uno regresó a su casa. Eso sí, nada nos hacía presagiar lo que iba a ocurrir el domingo. El 31 de marzo de 2002 pasaría a la historia negra de la ciudad y de la Isla de Tenerife.
Serían las 12 del mediodía cuando empezó a llover sobre
Santa Cruz. Aún el agua no caía con fuerza, como sucedió a partir de las tres
de la tarde, pero era un día gris con el cielo totalmente encapotado. Hace una
década el tema de las alertas nos sonaba a la población un poco a “chino”. De
todas formas, estábamos en situación de prealerta, pero ni siquiera los meteorólogos
(como después aseguraron) advirtieron la tromba de agua que iba a caer sobre el
área metropolitana.
No se esperaba que una gran masa nubosa se anclara en el
macizo de Anaga y, mientras descargaba, se iba a retroalimentar ante la
cercanía del mar: un efecto parecido a la gota fría.
Durante menos de dos horas cayeron 220 litros por metro
cuadrado. Una cantidad de agua imposible de absorber por el alcantarillado y
que en una ciudad como Santa Cruz –en pendiente y llena de barrancos- supuso un
caos.
Proximidades del Hotel Mencey en Santa Cruz de Tenerife Fuente: Atan |
Las imágenes que vienen a mi mente de esa fecha –once años
después y tal día como ayer, en que coincidió domingo de resurrección y 31 de
marzo- son las de los coches luchando en mi calle por no ser cubiertos y
arrastrados por el agua, escorrentías en la montaña de Los Campitos y un cielo
muy gris en el que retumbaban fuertes truenos. Afortunadamente ningún familiar
estuvo ese día en la calle, pero sí muchos amigos decidieron no entrar en la
capital y otros tantos vieron en peligro sus vidas.
Un pequeño aparato de radio a pilas fue nuestro principal
compañero. Gracias a él –pues nos quedamos sin luz- y a llamadas de familiares
y amigos que vivían en otra isla, tuvimos constancia de la gravedad de lo que
estaba pasando.
Aquel 31-M aprendimos que la riada no era un fenómeno que
sólo sucedía en la Península o en Sudamérica, sino que nos estaba pasando a
nosotros. Costó la vida de ocho personas, cuantiosos daños materiales y dejó
sin luz y sin teléfono a miles de vecinos del área metropolitana.
Después de ese 31 de marzo, todos vivimos lo que es una
catástrofe natural. Aprendimos a ser más cautos. Las autoridades empezaron a
tener en cuenta la importancia de tener limpios y de arreglar los cauces de los
barrancos…
Por desgracia, en estos últimos once años no solamente hemos
sufrido una riada, sino también una tormenta tropical Delta y una tromba de
agua el 1 de febrero de 2010. La diferencia es que las consecuencias de esos
fenómenos no fueron tan trágicas. Ahora se da más valor a las alertas –aunque a
veces se declaran algunas y no ocurre nada y da la sensación de que sea “el
cuento de Caperucita”, que se avise tanto que cuando sea verdad nadie le haga
caso. No obstante, más vale prevenir que curar…
Avenida Reyes Católicos de Santa Cruz de Tenerife durante la riada Fuente: Foro de bomberos |
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